El pasado 28 de abril asistimos a un acontecimiento de esos que, hasta ahora, considerábamos que era imposible que sucediera. Un apagón eléctrico total en toda la península ibérica. Una situación de emergencia que pudo derivar en gravísimas consecuencias. En Euskadi, los daños materiales han sido contenidos, con la excepción de las industrias electrointensivas que se vieron muy afectadas y tuvieron que reiniciar todos sus procesos.
A falta de conocer las causas últimas, hay varios puntos que han quedado claros con este suceso. Uno de ellos es la importancia de contar con unas infraestructuras energéticas robustas. Desde la generación a la distribución, pasando por el transporte o las interconexiones, todo dota de músculo al sistema. Unas infraestructuras que fueron clave para la vuelta a la normalidad, algo que se debería valorar cuando se critican los nuevos proyectos que se presentan. Plantas de generación y redes van indisolublemente asociadas al desarrollo económico y al bienestar social.
Por otro lado, en un contexto en el que la demanda eléctrica va en aumento por la descarbonización y por la evolución de la actividad socioeconómica, la red no se expande al mismo ritmo, ni tiene la capacidad para asumir esta mayor demanda. El suministro de electricidad a la industria, empresas y hogares lo aseguran tanto las plantas de generación como las redes de transporte y distribución. Por ello, es necesario contar con una red capaz de asumir el nuevo mix de generación y las nuevas necesidades.
Asimismo, el sistema ibérico debe contar con más interconexiones. Ser una ‘isla’ eléctrica ha podido ser una ventaja cuando Rusia amenazó con cortar el gas, pero ahora ha sido una rémora para el reencendido.
Por último, visto lo visto, las personas y las empresas deberían contar con planes de contingencia, porque hasta que se conozcan las causas no se puede asegurar que este tipo de episodios no se vuelvan a repetir.