
Gorka Espiau, director de Agirre Lehendakaria Center.
La Unión Europea nos invita a construir un modelo de sociedad más resiliente que pueda responder ante las múltiples crisis a las que nos enfrentamos. En su mente está la guerra de Ucrania y su posible extensión al resto del continente. Pero esta llamada también está relacionada con las nuevas políticas arancelarias de Estados Unidos, las implicaciones del genocidio en Gaza o el auge de la extrema derecha en las democracias liberales. Esta resiliencia nos debería permitir responder mejor también a los impactos de la crisis climática, como el reciente apagón eléctrico, las inundaciones cada vez más frecuentes o las olas de calor que se intensificarán en los próximos años.
La capacidad de resiliencia ha pasado a ser una necesidad prioritaria, pero que casi nadie puede explicar en términos prácticos en qué consiste realmente. Se supone que tiene que ver con la forma de resistir ante estas situaciones y responder de forma creativa. Buscamos referencias que nos sirvan para entenderlo mejor, pero como casi siempre, damos más relevancia a lo que se hace en otros lugares en vez de analizar críticamente nuestra propia experiencia.
La forma en la que la sociedad vasca fue capaz de responder a 40 años de represión franquista, el colapso de la industria pesada o el impacto de la violencia de ETA, son reconocidas internacionalmente como un gran ejemplo de resiliencia. Destaca la capacidad de transformación socio-económica sin generar altísimos niveles de desigualdad.
Aquellos lugares que consiguen un desarrollo económico rápido en este tipo de situaciones, generan tanta concentración de riqueza en unas pocas manos que, además de impedir un modelo de desarrollo sostenible, acaban neutralizando su capacidad competitiva. Nuestra experiencia de resiliencia ha sido muy diferente. La sociedad vasca ha demostrado que se puede resistir a situaciones de crisis profunda, desde el compromiso con la igualdad y el desarrollo humano sostenible.
Los análisis más certeros ponen el acento en la relación directa que existe entre resiliencia y capital social. Aquellas sociedades que están mejor conectadas, que son más solidarias e invierten en su capacidad relacional, responden mejor a las situaciones de crisis. La inversión en armamento no garantiza una respuesta resiliente. De hecho, puede generar el efecto contrario. La inteligencia y acción colectiva que se necesitan en esos momentos sólo pueden construirse desde un marco de igualdad. O estamos todos en el mismo barco, o cada uno buscará su solución particular. Es el salvase quien pueda.
Nuestro reto es cómo seguir desarrollando esta capacidad de resiliencia en un contexto totalmente diferente. La sociedad vasca actual es muy diferente a la del final de la dictadura. Tal y como señala la Unión Europea, la prioridad en este momento es aprender a impulsar transiciones socio-ecológicas justas. El desarrollo económico debe venir acompañado del desarrollo social y en armonía con la naturaleza. Pero estas transiciones están fallando por la desconexión con las dinámicas sociales. No invertimos lo suficiente en reforzar el capital social y la inteligencia colectiva. No estamos invirtiendo en resiliencia.
Por estos motivos, es tan importante el diálogo que se ha abierto sobre el futuro de Osakidetza y un nuevo sistema de cuidados con enfoque comunitario. Además de encontrar nuevas soluciones operativas para la ciudadanía, estamos aprendiendo a cómo abordar colaborativamente estas discusiones. Estamos invirtiendo en el capital social que puede generar nuevas formas de hacer e infraestructuras colaborativas para el abordaje de retos sociales complejos.
Este mismo enfoque es el que necesitamos para abordar el debate sobre las energías renovables o el modelo de turismo que deseamos. Aunque sean temáticas muy diferentes, los procesos que debemos aplicar para encontrar soluciones compartidas para Osakidetza, la forma de abordar el debate sobre los parques eólicos o la ampliación del Guggenheim Bilbao Museoa debería ser muy parecida. Las soluciones planteadas exclusivamente desde las elites nacen desconectadas de las dinámicas sociales y erosionan el capital social. Nos hacen menos resilientes. Los modelos de gobernanza colaborativa que se construyen desde la interacción entre agentes sociales, públicos y privados, que se construyen integrando nuevas herramientas de escucha comunitaria, pueden generar respuestas mucho más útiles y efectivas para la nueva transición de la sociedad vasca.