Los programas IBE (Incremento de Base Exportadora) y Consolidación Internacional se vienen desarrollando como tales desde 2018 en las tres Cámaras. El IBE cuenta con dos fases: una primera, de diagnóstico de potencial de internacionalización y la segunda, de itinerario/tutorización, por la que han pasado 150 empresas, “siendo las más habituales las de los sectores industriales como fabricantes de maquinaria, equipos e industrias auxiliares, así como empresas agroalimentarias y bodegas, de base tecnológica, de servicios, etc.”, explica Almudena Lucas. A día de hoy, destaca la responsable del programa, “el tamaño de las organizaciones que se plantean una posible internacionalización suele ser, en general, bastante reducido lo que tiene su impacto a nivel de recursos disponibles”.
Falta de personal especializado o dedicación insuficiente suelen ser los principales hándicaps. “Por otra parte, las capacidades productivas son igualmente limitadas, por lo que también tiene incidencia la coyuntura de mercado y las fluctuaciones de la demanda”, afirma Lucas.
Las pymes que entran en el programa IBE son, por lo general, empresas con una inquietud internacional pero que no se han decidido a dar el paso, bien porque tenían su capacidad de producción cubierta con los clientes habituales, o por falta de recursos humanos y materiales, porque no era el momento adecuado y tenían otras prioridades en la empresa, etc. “A veces, un cambio en las circunstancias les lleva a replantearse la conveniencia de dar el salto”, señala Almudena Lucas.
En el caso de consolidación, se trata de empresas que están vendiendo regularmente al exterior pero que deben afianzar esas ventas para consolidar la cifra, sobre todo en casos de incremento de la demanda doméstica. “Para ello, se trata de orientar sus esfuerzos a mercados donde puedan tener un recorrido adicional”.